La postal. Retratos en un salón de Irán.



¿At seven? Ok, Afrouz. We will be there, in the lobby. Thank you. Bye.

Afrouz y su amiga Sahar llegaron al hotel a las cinco de la tarde en punto. Esperaron y esperaron, pero no aparecimos. Dejaron una nota en recepción y se marcharon contrariadas. A la hora y media, llegamos nosotros, justo con el tiempo de refrescarnos la cara y descansar unos minutos sobre la cama. Dejamos los pasteles sobre el mostrador, pedimos las llaves y entonces nos entregaron una nota en inglés.

Nuria, we had been waiting for you but we had to come back to our house. Please, call us. We are very happy to invite you to our house.

No sé cómo pudimos entender que la cita era a las siete cuando realmente era a las cinco, ni soy capaz de comprender cómo pudieron dejarnos aquella amable nota después de tan larga e infructuosa espera. Pero afortunadamente, y tras un largo viaje en taxi, conseguimos entrar, pasteles en mano, en aquel sencillo hogar iraní. Recuerdo los dulces, que no eran los nuestros,  ofrecidos durante la tertulia previa a la cena, como es costumbre en Irán. Recuerdo a la anciana, en cuya rostro parecía estar escrita toda la historia de Persia. Y toda su poesía. Mujer menuda, de mirada dulce y templada. De sonrisa amable y modos elegantes. Inmensa a pesar de su fragil apariencia. Recuerdo al padre. Trabajador, honrado y humilde. Veo a la madre, digna y generosa. Y a la hermana de Afrouz, con su marido orgulloso y sus hijos revoltosos. Mimados quizás, como lo son todos los críos musulmanes. El tesoro de la vida, el regalo del cielo.


No recuerdo los nombres de todos ellos aunque sí sus rostros, que han quedado para siempre ligados a mi biografía.  Por supuesto que no olvido a la propia Afrouz, con el orgullo propio de quien abre su casa a extranjeros europeos y también curiosa de los modos, las ropas y las relaciones existentes entre las dos parejas de españoles que a base de muecas intentan mostrar su agradecimeinto. Y sin olvidar a Sahar, dulce e inocente; con toda la inocencia de la que es capaz una mujer joven cuyo mundo apenas puede expandirse.

This salad is very tasteful. Please, Sahar, tell Afrouz's mother everything is great!

La conversación era escasa, como lo suele ser por costumbre en todas las cenas musulmanas. Nosotros, acostumbrados a las charlas en la mesa, sonreíamos constantemente para suplir la falta de entendimiento lingüístico y los gestos del rostro exageraban el disfrute culinario para agradecer la enorme generosidad de aquella familia tan dignamente hospitalaria. Cuando ya estábamos saiados, y a falta de una lengua en común, la música comenzó su maravilloso monólogo. Primero en las manos de la hermana mayor, luego en Sahar, amiga de Afrouz y, finalmente, en la cinta de cassette donde un grupo iraní ponía melodía a un poema que ya no sería nunca más un desconocido para mí. Cuando la canción finalizó y, mientras alguno de nosotros intentábamos ocultar la emoción, la anciana habló con su nieta y me dio la cinta con una sonrisa. Hace tiempo que cuando escribo a Sahar no le pregunto por la abuela de Afrouz. Prefiero pensar que aún sigue escuchando a Shams Ensemble mientras vigila a sus bisnietos jugar en el salón de la casa.

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1 comentarios:

Verónica Corrales on 26 de junio de 2013, 21:11 dijo...

Preciosa experiencia! Que maravilla de familia hospitalaria.

Saludos